En 1882, toma la naciente
Institución un rumbo muy distinto,
amparada por el Sr. obispo de Cádiz, D. Jaime Catalá y Albosa, que se compadece de la situación del Instituto y
admira el espíritu abnegado y la forma de vida de M. Mª de la Encarnación. La
casa que habitan resulta muy pequeña para albergar las habitaciones para las
niñas y las dependencias separadas para la comunidad y noviciado. Como no
disponen de medios para adquirir la casa que necesitan se conforman con otra de
alquiler, que es algo más grande que la de la calle Consolación, situada en la
calle del Puerto (hoy Zorrilla, nº 3). El Oratorio, adornado con modestia y
esmero, está presidido, en el único altar, por el cuadro de la Divina Pastora,
y, en los laterales, los Sagrados Corazones de Jesús y María.
Un día,
al pasar Madre Mª de la Encarnación por la calle Bendición, nº 8, donde había
nacido el Beato Fray Diego José de Cádiz se disgusta mucho al comprobar
que esta estancia, tan sagrada para ella, se encuentra habitada por una familia
que le desagrada. La Madre se atreve entonces a rogar al Beato que el Instituto
pudiera contar con una casa propia, fruto de alguna donación, y ella se
compromete, a su vez, a sufragar lo necesario para que su habitación tuviese la
dignidad que le corresponde. Así, una
vez que ha logrado el desalojado de
aquella familia del lugar, la intrépida Madre se atreve a alquilar la
habitación por 15 pesetas mensuales y coloca una cruz grande, un cuadro del
Beato Diego, una lámpara encendida de día y de noche, cuyo aceite es costeado
por ella con gran trabajo, y una banqueta para los fieles. M. Mª de la
Encarnación visita diariamente esta instancia para suplicar la protección del
Beato en su ardua misión, saliendo de ella muy consolada y dispuesta a
continuar entregándose a Dios con gran abnegación. El 15 de junio del
año 1909, por órdenes superiores, se ve obligada a dejar la habitación del
Beato Fray Diego convertida en Capilla, con el objeto de edificar un templo
para el culto de los fieles, dejando como reliquia la habitación donde éste
naciera.
Desde
1879, fecha en que salen las primeras hermanas, hasta 1886, M. Mª de la
Encarnación queda sola al frente del internado, con intervalos de tiempo en los
que entran unas hermanas dispuestas a seguir a Jesús en esta forma de vida
austera y salen otras, que no permanecen debido a que no pueden soportar tantos
sacrificios y trabajos, permaneciendo tres veces completamente sola en este
periodo de tiempo. No obstante, la grandeza de corazón de esta Madre la lleva
siempre a agradecer al Señor el tiempo que convive con estas hermanas, que,
aunque no perseveran, le son de gran ayudan, pues, durante su permanencia van permitiendo que la semilla
del naciente Instituto no se marchite y,
en un futuro, pueda brotar con nueva
vida.
Mª de la Encarnación, seguidora de Francisco
de Asís
La vida de Madre Encarnación es
un reflejo del Evangelio, del que ella fue, sin duda, un fiel testigo.
Su personal seguimiento de Cristo
lo realizó tras la estela de Francisco de Asís, cuyo ideal de vida fue,
precisamente, la radicalidad evangélica.
Ya desde pequeña, en la escuela,
fue formada en el espíritu franciscano, y cuando le llegó la hora de alumbrar
el carisma que el Espíritu había ido engendrando en su interior, puso de manifiesto
la orientación franciscana del Instituto que Dios había querido fundar por
mediación suya, tomando al Santo de Asís como modelo de pobreza, propagando
devociones de claro origen franciscano y dando especial solemnidad a la
festividad del Santo.
Con todo, donde se puede apreciar
de una manera más clara el arraigo del espíritu franciscano en Madre
Encarnación es en los valores evangélicos que identificaron su crecimiento
personal y distinguieron su actuación apostólica: la misericordia, la fortaleza,
la humildad, la confianza en Dios, la minoridad, la fraternidad, y el valor de
la paz y de la gozosa serenidad.
FAVOR
“Debo a Madre Encarnación una gracia extraordinaria
que recibimos en nuestra familia. Mi yerno sufrió un gravísimo accidente
laboral: una máquina le atrapó su mano y sucesivamente el brazo, quedando
triturado totalmente, e iba también llevándole su cuerpo. Se pudo parar a
tiempo la máquina y mi yerno fue conducido urgentemente al hospital. Allí los
médicos dijeron que el brazo era imposible salvarlo, pero que tampoco se
contara con su vida, por la gravedad de su estado. Yo me puse a rezar con mucho
fervor y devoción a la Madre Encarnación. Tras la operación, los médicos
dijeron que todo había sido un milagro, no pudiéndose recuperar el brazo ya que
era imposible y nosotros lo teníamos asumido, sin embargo su vida estaba fuera
de peligro. Para nosotros fue un milagro obrado por el Señor por mediación de
la Madre Encarnación, y nuestra familia está muy agradecida y somos muy devotos
de la Sierva de Dios”.
A.M.M.
Badajoz