Controversias
internas en el Instituto.
Por
el año 1906, cuando la Congregación parecía ya suficientemente arraigada y
asentada, Madre Mª de la Encarnación experimentó un nuevo motivo de dolor y
sufrimiento. En esta ocasión la cruz no era ni el sentimiento de soledad, ni la
enfermedad, ni tan siquiera la escasez de medios. Se trataba de algo, si se
quiere más doloroso aún, para el ánimo humano. Se trataba de la ingratitud de
quien venía comiendo el mismo pan y untando en el mismo plato.
Algunas
hermanas, a pesar de de haber compartido las estrecheces y pobreza de Madre Mª
de la Encarnación desde los inicios y a pesar de ser testigos privilegiados de
sus sufrimientos y desvelos, no tenían, buenas intenciones y llegaron a poner en grave peligro la
estabilidad del Instituto. Llevadas de esa vanidad llegaron a considerar que
Madre Encarnación no les confiaba los cargos para los que ellas se sentían
capacitadas y de los que, además, se consideraban merecedoras.
Estas
hermanas elevaron sus quejas y protestas a instancias superiores que, a su vez
requirieron la intervención del Padre Medina, como director que era de la
Congregación.
Cuando
Madre Encarnación se enteró de las
acusaciones y calumnias que se hacían contra ella, se limitó a decir con el
corazón apesadumbrado:
“Esta es una
nueva prueba que el Señor me envía. Él saldrá
en mi defensa. Yo, por mi parte, esperare con paciencia lo que quiera
enviarme.”
En enero de 1907, se presentó en la
Casa Madre un canónigo, enviado por el Sr. Obispo, quién realizó una
concienzuda visita canónica a la Congregación. Tras ser entrevistadas todas las religiosas por el Sr. Visitador, queda al descubierto la intriga
urdida por tales hermanas, con ánimo de verse exaltadas, y demostrado el justo
juicio de Dios
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